Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, es ante todo, mujer. Y a las mujeres les gusta que quienes las rodean, tengan con ellas detalles de cariño y gestos de amor…: por ejemplo, saludar las imágenes de la Virgen que encontramos en el camino; ponerles flores; rezar el Ángelus, o algún Ave María suelto… Todo eso está muy bien. No obstante, desde la Edad Media hasta nuestros días, el gesto de amor por excelencia con el que los cristianos nos dirigimos a Nuestra Madre, es el rezo del Santo Rosario.
Significado
El término “rosario” significa “corona de espinas”. Los antiguos griegos y romanos solían coronar con rosas las estatuas de sus dioses como símbolo de la ofrenda de sus corazones. Por eso, las primeras mártires cristianas, cuando era llevadas al martirio en el Coliseo, encaraban la muerte vistiendo sus mejores ropas y adornando su cabeza con una corona de rosas, simbolizando así su entrega al Señor. Por las noches, los cristianos recogían las coronas de las mártires y por cada rosa, rezaban una oración o un salmo por sus almas.
El salterio de la Virgen
Desde los primeros siglos, la Iglesia recomendó recitar el “salterio”, es decir, los 150 salmos de David; pero como esta oración solo podían recitarla quienes sabían leer -en aquel tiempo eran muy pocos-, se sustituyó el rezo de los salmos, por el rezo de 150 Avemarías. Esta oración se denominó “salterio de la Virgen”. En esa época el Avemaría se reducía a la oración inicial: “Dios te salve María, llena eres de gracia el Seños es contigo”. Esta oración se incorporó al Misal Romano en el año 650. El primero en unir al Avemaría, el saludo de Santa Isabel (“bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre”, habría sido el monje Severo de Antioquía (456 – 538). Para llevar la cuenta de las Avemarías rezadas, en Irlanda se empezó a difundir desde el siglo IX, el uso de una cuerda con nudos o con pepitas ensartadas.
Santo Domingo de Guzmán, Urbano IV y Jesús
La devoción del “salterio de la Virgen” se fue extendiendo. En 1214, en Europa arreciaba la herejía albigense. Santo Domingo de Guzmán rezaba intensamente y ofrecía grandes mortificaciones por la conversión de esas almas. Una noche la Virgen se le apareció y le dijo que el arma de la que se sirvió la Santísima Trinidad para reformar al mundo, fue el saludo del Ángel, que es fundamento del Nuevo Testamento. Por tanto, para ganar para Dios a tantos corazones endurecidos, el arma fundamental era el rezo del salterio. Santo Domingo puso manos a la obra y difundió tanto como pudo, la devoción al salterio de la Virgen. A mediados del siglo XII, el Papa Urbano IV, modificó al Avemaría, agregando al final de la fórmula, el nombre de Jesús.
Del Salterio al Rosario
Cien años después de la muerte de Santo Domingo, la devoción popular al salterio empezó a decaer. Sin embargo, en los monasterios se seguía rezando el salterio de la Virgen. Y se seguía modificando: fue un cartujo, Henri Egher de Kalgar, quien en el siglo XIV fijó la división del salterio en 15 decenas, con un Padre Nuestro al inicio. Por su parte, entre 1410 y 1439, el benedictino Dominique Hélion, redujo el salterio diario a 50 Avemarías y compuso las primeras meditaciones de pasajes evangélicos que se unieron al rezo del salterio. Ambos aportes datan de la primera mitad del siglo XV.
Por esos años (1428) vino al mundo quien sería otro gran apóstol del Rosario: Alain de la Roche. Este dominico, a partir de una visión que tuvo en 1460, se convirtió en un fervoroso propagandista del rezo del rosario, que gracias a él, se empezó a llamar así. De la Roche fue además, quien dio la estructura final al Rosario, al dividir los Misterios en “Gozosos”, “Dolorosos” y “Gloriosos”.
Santa María, Madre de Dios…
Hacia 1483, en muchos países se tenía por costumbre añadir al Avemaría, una oración final: “Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores…”.Pero tuvieron que pasar ocho décadas antes de que el Papa San Pío V, en 1569 prescribiera a todo el mundo católico –encíclica mediante- el rezo del Santo Rosario con los Padrenuestros, Avemarías “completas”, y Gloria, tal como lo conocemos hoy.
El 7 de octubre de 1571, tuvo lugar la batalla de Lepanto. En ella los cristianos, tras encomendarse a la protección de la Santísima Virgen María y cambiar el rosario por la espada, vencieron a los turcos y salvaron a la Cristiandad. Ese mismo día, en Roma, el Papa estaba despachando unos asuntos, cuando de pronto se levantó y anunció la victoria de la flota cristiana. Días más tarde llegaron los mensajeros con la noticia oficial del triunfo cristiano. Por ese motivo, la Iglesia celebra cada 7 de octubre, la fiesta de Nuestra Señora del Rosario.
Los Papas, del Siglo XVI a nuestros días
Desde que el San Pío V recomendó rezar el Santo Rosario, esta devoción se extendió por todo el mundo y fue practicada y recomendada por prácticamente todos los papas que vinieron después, hasta el propio Papa Francisco. El Rosario ha demostrado ser un “arma” poderosa, de gran eficacia para lograr conversiones, combatir herejías y aún alcanzar la paz donde parecía imposible. San Juan Pablo II llegó a afirmar que el Rosario era “su oración preferida” y escribió la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, donde agregó a los tradicionales Misterios Gozosos, Dolorosos y Gloriosos, los Misterios de Luz o Luminosos. También el Papa Benedicto XVI es un gran devoto del Rosario.
La Virgen
También la Virgen ha pedido a los videntes de distintas épocas y lugares, que los cristianos recemos el Santo Rosario y que difundamos esta magnífica devoción, tan agradable a Dios.
Terminamos esta nota con unas palabras de San Luis María Grignon de Montfort, gran devoto de la Virgen: “El Rosario es, pues, una gran corona, y el de cinco decenas, una guirnalda de flores o coronilla de rosas celestes que se coloca sobre las cabezas de Jesús y María. La rosa es la reina de las flores, y del mismo modo el Rosario es la rosa y la primera de las devociones.”
Álvaro Fernández Texeira Nunes